Este agosto fue todo lo que necesitaba y más. Decidimos escaparnos a un camping naturista en Murcia, buscando desconectar y disfrutar del verano de la manera más simple. Lo mejor fue que desde que llegamos, se sintió como si el tiempo se detuviera. Las mañanas empezaban siempre igual: un buen baño en la piscina privada, con el agua fresca despertándonos poco a poco. A veces nos quedábamos ahí un buen rato, hablando de cualquier cosa, mientras el sol subía en el cielo. Otras veces, después del baño, salíamos a correr por los senderos del camping, riendo, retándonos a ver quién llegaba primero o simplemente corriendo por el gusto de sentirnos libres.
Cuando el calor empezaba a apretar, nos montábamos en las bicis y recorríamos la zona. Murcia tiene una belleza tranquila, con paisajes de montaña y campos dorados por el sol. Descubrimos pueblitos con encanto, nos perdimos un par de veces (como siempre), y claro, probamos la comida típica: zarangollo, pastel de carne, y una buena ensalada murciana. Cada bocado era como un pedacito de la cultura local que nos hacía sentir parte del lugar.
Las tardes eran un sueño. Colgamos una hamaca entre dos árboles, y ahí, entre la sombra y la brisa suave, nos olvidábamos del mundo. Era como si las horas se desvanecieran. A veces me quedaba leyendo un libro, otras simplemente me dejaba balancear mientras el sonido del viento entre las hojas me arrullaba. Era imposible no relajarse ahí. Las noches no se quedaban atrás. Muchas veces terminábamos el día en la playa, con un baño en el mar al atardecer o una caminata bajo las estrellas. No había más preocupaciones que disfrutar del presente, y eso lo convertía en uno de los veranos más tranquilos que he vivido.